El sábado anterior fui con mi hija a la posada familiar que mis hermanos y yo organizamos cada año para prepararnos a la Navidad.
Es sencillo: Nos vemos en casa de mi hermana y ahí hacemos la procesión con los peregrinos, pedimos posada, rompemos piñatas, -para los niños es lo mejor de la noche-, y cenamos algo ligero; mientras tanto, mi mamá reparte los aguinaldos llenos de colación en canastitas que ella misma elabora.
Para mí el ponche de frutas es lo más delicioso del evento. ¡Creo que me tomé como 7 vasos y todavía quería más! ¡Y es curioso! Cada año llega más gente invitada y eso me da mucho gusto. Así es como se fortalecen las tradiciones…
Mi familia es poco expresiva en sus emociones, sin embargo, poco a poco estamos aprendiendo a dar y recibir caricias. Aquí han ayudado mucho los niños pequeños de la familia. Ellos nos ablandan el corazón y nos desconciertan con sus preguntas dignas de un doctorado en ciencias religiosas: “¿Por qué Santa Claus le trae juguetes a unos niños y a otros no?”, “¿Para qué anuncian juguetes en la tele si Santa tiene su fábrica en el Polo Norte?”, “¿Cómo sabe Santa lo que le pedimos en la carta?”
El mundo moderno ha reducido los espacios para el pensamiento mágico y la inocencia se pierde más temprano. Así que ante cuestiones que tocan el ámbito del misterio y lo sagrado, he optado por aplicar lo que decía Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, es mejor callar.” Y entonces le respondo a mi hija con un: “No sé hija, pero es Santa y él sí sabe.”
A mí Santa Claus no me traía juguetes. Yo era cliente de los Reyes Magos. Supongo que la cantidad de hermanos es un factor determinante para aparecer en sus listas… o no aparecer en ninguna. Recuerdo un momento muy emotivo que tuve hace algunos años con una de mis pacientes, a quien de niña nunca le llevaron juguetes; ella siempre quiso una muñeca Barbie.
Así que le sugerí: “Ya eres una mujer adulta, pero hay una niña dentro de ti esperando su Barbie. ¿Qué te parece si ésta Navidad le regalas a tu niña interior la muñeca que quiere? Métete a una juguetería y deja que ella escoja la que mas le guste.” ¡Nunca voy a olvidar su cara de gozo y su llanto de alegría, mientras me relataba la llegada de su muñeca en aquella Navidad!
La magia descansa en un principio de fe: “Lo que crees, lo creas”. No es afuera, sino adentro donde está el poder de Santa Claus y de los Reyes Magos. ¿Acaso crees que sin fe Santa Claus volaría en su trineo? ¿O sin fe los Reyes Magos habrían seguido una estrella en medio del desierto? Y tú, ¿aún tienes fe en tu propio poder?
Jesús Piña
Invierte en tu Vida!