Mi hija me hizo una pregunta colmada de misterio:
«¿Qué es morir?»
¡Ups! Me quedé callado mientras conducía el carro hacia la escuela, en silencio,
pues el silencio es el modo de solicitarle a la razón que se haga a un lado
y reconozca la supremacía del alma tejiendo la respuesta adecuada para ese pertubador momento.
¿Qué le contesté? Recurrí a Elisabeth Kübler-Ross,
-quien acompañó a cientos de niños antes de partir-,
ella decía que la muerte es como la crisálida,
esa bolsita donde se mete la oruga antes de morir,
ahí termina su existencia oruguiana y comienza a planear su vuelo.
Si la oruga no muere, no puede nacer la mariposa.
No sé si mi hija quedó satisfecha con lo que le dije,
pero en mí giró y giró el tema de morir.
Personalmente creo que la muerte es la hermana de la vida
y le ha tocado hacer el papel de villana en esta obra de la eternidad.
Seré más claro:
Sólo hay vida,
una vida en evolución constante,
y la muerte es la estación de transbordo.
Eso enseñan todas las grandes tradiciones espirituales,
y para mí está bien.
Prefiero estar equivocado junto con ellas,
al desánimo de creer que fui un accidente de la naturaleza,
¡y aún así! Me convertiría en abono del suelo que daría más vida
convertida en una planta, en una flor o en un árbol.
Uso la palabra creer, porque esto es un acto de fe,
no se puede razonar lo irrazonable,
y ante la muerte enmudece la razón.
No me interesa convencerte, cada quien puede creer lo que quiera,
simplemente la muerte es una de las lecciones más duras de la vida
y todos pasamos alguna vez por ese doloroso examen.
Hice un recuento de mis exámenes tanatológicos,
de todos los muertos que ha habido en mi vida,
de esos seres amados que ya partieron al otro lado del río,
y mi lista rebasó las trece almas ascendidas.
Para mi hija apenas va una, la muerte de Merlín, su gatito.
Hace unos días visité la tumba de mi hermanita,
me acompañaron mi madre y mi hija.
Le compramos flores, un globo de princesas,
limpiamos el lugar, le rezamos,
y al final nos inclinamos para recordar su memoria:
«En tu honor, haré cosas buenas con mi vida».
Ella se ha ido ya, nosotros nos quedamos un poquito más aquí,
después también nos iremos… ¡pero duele!
Mientras escribía este post, alguien me envió un mensaje a mi correo,
me relataba que su hijo había muerto años atrás y deseaba un consejo.
Busqué entre mis apuntes y encontré esto:
Llora con alguien. Alivia más que llorar solo.
El duelo es la oportunidad de lavar el alma ,
pues cuando uno llora, lava el corazón.
Una respuesta a “El transbordo”
Queridoa jesús:
Con esa sabiduría tuya, tan humana accesible, siempre es un gozo leerte. Gracias.
Ana