Si tu mami aún vive, pídele su bendición.
Si ya no vive, pídele su bendición…
El sábado festejamos el cumple de mi mamá.
¡Llegó a 71 años! ¡Wow!
Es todo un logro tomando en cuenta la artritis reumatoide
y el síndrome de Sjögren que la acompañan desde niña.
Por cierto, ¿Qué enfermedades ha tenido tu madre?
Admiro muchas cosas en ella,
pero una de las más conmovedoras para mí
es su pasión por la vida, ese impulso vital que la mantiene aquí
con una fuerza indomable.
Cuando expongo a Nietzsche mi alma la cita en silencio:
«La vida es un instinto de desarrollo, de supervivencia,
de acumulación de fuerzas, de poder.» Mi mamá es así…
¡Es una guerrera de la vida!
Hace poco tejió con sus manos una cobijita para el hermanito de mi hija
y se llevó varios meses elaborando los recuerditos de la primera comunión.
De sus rígidas manos salió un oleaje de arte repartido entre los invitados a la fiesta.
¡Y cómo no recordar la ilusión que ella guardaba
de vivir la llegada del año 2000!
Ya estamos a once años de eso y ella sigue irradiando luz.
Sé que este post está siendo demasiado personal, íntimo, subjetivo,
sin embargo, el corazón me dicta compartirlo contigo.
Tal vez la resonancia de mi amor de hijo
vibre con la tuya propia y volteés a mirar a esa mujer que,
con todo lo bueno y lo no tan bueno que tiene,
sigue siendo la mejor y la única para ti, porque es la tuya.
Un día le pregunté sobre el primer recuerdo de su vida.
Me dijo algo así como esto: «¡Ay hijo! Creo que tenía como 4 años
y estaba solita en la recámara, me encontraba enfermita
y sólo veía un hilito de luz
atravesando las cerradas ventanas de madera.»
No se lo dije, pero me hizo llorar.
Parece que pronto la van a operar…
¿Qué puede hacer un hijo?
Acompañarla hasta donde me corresponda desde mi lugar de primogénito.
Mis hermanos la aman mucho.
Cada uno a su estilo y desde el peculiar movimiento de su alma.
Mi madre le ha dado al mundo 5 hijos y 4 nietos
y todos estuvimos en su cumple.
Ella me dijo que ese fue su mejor regalo,
vernos a todos ahí convocados en su honor.
Cuando uno es pequeñito el deseo instintivo es salvar a mamá,
quitarle su dolor y cargar uno con él.
Hace tiempo escribí algo de eso, le llamé amor inútil
Y aún sabiendo lo inútil, el alma brinca y se quiere salir de su lugar.
En una ocasión alguien me contó que, -siendo una niña-,
su mamá le gritó que la odiaba y que maldecía el día de su nacimiento,
mientras se tambaleaba de borracha y quería salirse de la casa;
su hija la jalaba con sus manitas para retenerla
hasta que la mamá se cansó y se sentó en el piso.
¿Sabes lo que me dijo esa hija ya de adulta?
«Te va a parecer extraño y hasta masoquista,
pero quiero mucho a mi mamá y no la cambiaría por nada en el mundo.»
Mamá… una palabra cargada de magia y misterio,
ese misterio por el que uno es arrojado a la vida..
Cuando quiero acelerar la sanación, recurro a esa palabra de poder:
Mamá… Mamá… Mamá!