Cuando el ogro despierta


¿Qué haces tú cuando te enojas?

«Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada,
en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo
y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo»

Aristóteles

Desde niño me enseñaron que era malo enojarse, debía reprimir mi ira y aguantar como la gente decente;
hasta que un fatídico día, las piedritas llenaron el costal de mi decencia y lo rompieron.
¡La explosión no se hizo esperar! Y el pobre mortal que, -sin saberlo, le tocó depositar la última piedra a mi bolsita-,
fue el destinatario de mucho tiempo de furia contenida.
Yo tenía 15 años y me peleé al final de un partido de fútbol con Pepe,
un jovencito al que se le ocurrió mentarme a mi madre.
¡Imagínate! ¡Hasta recuerdo su nombre!

Te diré algo subversivo: Es sano enojarse.

La agresión en los animales, -incluidos los humanos animales-,
es una señal de alerta con un sólo propósito: SOBREVIVIR.
Es la energía del guerrero.
Así es, la agresión es sobrevivencia, instinto de conservación,
adrenalina descargada a borbotones para protegerte del peligro.

¿Te has fijado que los ladrones insultan y vociferan todas las groserías habidas y por haber de su repertorio patanesco?
Saben, huelen, viven el peligro y lo proyectan a todos lados para escapar rápidamente de esa situación límite. Sobretodo los primerizos.

Detrás del enojo hay miedo, mucho miedo.

¿Te asombra? Revisa los momentos en los que te has enojado.
En el trabajo, con tu pareja, en la calle, con tus amigos, con tu familia.
De hecho, en este instante estoy enojado por la lentitud de mi computadora. ¡Grrr! ¡Pinche máquina!
Sientes el peligro que llega del exterior, tus músculos se contraen, tensas el cuerpo, endureces el rostro,
la adrenalina se libera y te preparas para pelear.

En el fondo, tu ser se sabe vulnerable y busca protegerse; es aquí cuando hace su aparición el enojo.
¿Tuviste alguna vez un compañerito que fuera el terror de la escuela?
Ese maloso fastidiando niños no era más que un manojo de miedo envuelto en el disfraz de ogro.
Eso me pasó en la secundaria, ya me había agarrado de su botana uno de ellos, hasta que lo encaré en el recreo y le dije:
«Tal vez me ganes, ¡pero ya estoy hasta la madre de ti y a ver de a cómo nos toca!»
Después de eso, hasta amigos nos hicimos.

La agresión es curativa si sabes el modo adecuado de liberarla.

Lo primero y fundamental es que te des cuenta que el enojo está para servirte.
Aquí puedes aplicar la sabiduría de la olla exprés:
Tú eres la olla. La estufa es la realidad. El fuego es el enojo.
Te calientas, te calientas, pero la válvula regula la presión, libera la energía excedente.
Esa válvula es tu observador interno.

Visualiza por un momento que hay alguien dentro de ti mirando a través de tus ojos, como un espectador neutral,
sin juzgar nada, sólo contemplando en silencio: ese es tu observador interno.
No naces con él, necesitas ejercitarlo, entrenarlo todos los días, fortalecerlo para cuando llegue el momento.
En este caso, cuando el ogro despierta en ti y requiere a su domador.

Al enojarte la energía contenida busca salidas y si no las encuentra se reprime,
depositándose en algún lugar de tu cuerpo donde se somatiza pudiendo llegar a enfermarte.
«¡Me tragué el coraje!», «¡No le dije nada, sólo me callé!», «¡Lo siento aquí, aquí dentro el enojo!», «¡Aguántate como los machos!»
Expresiones de algo terriblemente simple: Tapaste la válvula de tu olla exprés.
Ya sabes lo que sucederá si el fuego sigue calentándote y la olla está sellada.

La idea del observador interno es muy buena para domar a tu ogro, pero impráctica si no lo has entrenado.
Entonces, ¿qué puedes hacer para liberar sanamente tu enojo?
Aquí te van algunas herramientas:

1. Respira profundo. Hasta que el aire llegue a tu abdomen.
Fíjate en esto: Cuando te enojas bombeas más óxígeno, te agitas, puedes llegar incluso a nublar tu vista por la hiperventilación.
Si respiras profundo, tu enojo se regula.

2. Habla en primera persona: «Estoy enojado por…», «Me siento molesto con…»
Necesitas reconocer tus emociones, mirar lo que ocurre dentro de ti, expresarlas, liberarlas,
donde la otra persona se ha transformado en un espejo para tu ogro.
Recuerda: para pelear se necesitan dos, con uno sólo no se puede.

3. Objetiviza tu enojo: ¡Sácalo de tu cuerpo! Escribe una carta que comience así:
«Estoy enojado contigo por…» y descarga todo lo que te oprime, te lastima, incluso escribe las groserías;
hazlo así hasta que te canses, y al final, quema la carta. No la entregues al destinatario.
Eso sí, escríbela a mano, no en la computadora. Tu puño y letra son canales del enojo.

4. Toma un cojín, ponle una etiqueta con el nombre de quien despertó a tu ogro,
dile todo lo que sientes, incluso pégale, aviéntalo si quieres (al cojín, no a la persona).
Al terminar, quítale la etiqueta y tírala a la basura. (la etiqueta, no a la persona)
Ve a un espejo y observa tu cara, mírate enojado… te puedes reír si lo deseas.

5. Haz ejercicio físico.

Quiero regalarte una frase para meditarla en el camino:

La gente cuando se enoja, grita.
La gente cuando ama, susurra.
Y si es grande el amor, sólo se miran.


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